¿Te imaginas mandar un correo solo con pensarlo mientras te tomas el café de la mañana? Pues ese sueño tecnológico ha tropezado con la realidad médica. El primer paciente de Neuralink, Noland Arbaugh, llevaba más de 400 días con un chip en el cerebro para mover un cursor a golpe de pensamiento. Sin embargo, la aventura ha descarrilado después de que el invento empezara a fallar poco más de un mes tras la cirugía.
El 85 % de los electrodos, qué mala pata, se soltaron y Arbaugh perdió el control de su PC. Hasta dentro de cinco años, cuando le retiren el chip, no sabremos si todo fue un paso adelante o un tropiezo muy caro. Así que, si estabas listo para jubilar tu ratón, mejor sigue leyendo.
¿Para qué servía exactamente el chip de Arbaugh?
En enero de 2024, los cirujanos implantaron 64 cables y 1.024 electrodos en el cerebro de Arbaugh. Cada hilo registraba, con ayuda de inteligencia artificial, los impulsos de movimiento y habla que él quería emitir, y los traducía en movimientos de cursor en la pantalla; es decir, la mente hacía de ratón y teclado sin mover un dedo.
La idea era sustituir los gestos físicos que su parálisis le impide realizar por señales eléctricas artificiales. Dicho de forma sencilla, los electrodos “escuchaban” al cerebro y enviaban la orden al ordenador. Todo pintaba a revolución hasta que el tejido cerebral decidió poner sus propias normas.
¿Cuándo y por qué empezó a fallar el sistema?
Apenas pasados treinta días del implante, los médicos detectaron que el 85 % de los electrodos se habían desprendido de la superficie cerebral. El motivo no fue un cortocircuito ni un error de software, sino algo tan biológico como la cicatrización.
El tejido cicatrizó más despacio de lo previsto, provocando pequeños movimientos que soltaron los cables y dejaron la mitad del hardware en tierra de nadie. Sin anclaje estable, los electrodos dejaron de captar impulsos y el cursor se quedó paralizado, exactamente igual que su usuario.
¿Por qué un simple “cicatriz mal” puede dejar inservible un implante de última generación?
El cerebro no es una placa base rígida: late, se hincha y se encoge. Si la cicatriz es lenta, los microcables pueden desplazarse y perder contacto. Piensa en intentar clavar chinchetas en una gelatina en movimiento; por muy fina que sea la aguja, acabará soltándose.
Además, cada cable mide micras (milésimas de milímetro) y cualquier tirón, por minúsculo que parezca, basta para alterar la lectura de la señal. Sin contactos fiables, el software recibe ruido, no órdenes claras, y adiós a mover el puntero con la mente.
Recomendaciones: ¿me lanzo a por un chip en la cabeza?
Antes de firmar el consentimiento quirúrgico, tómate un respiro y valora lo siguiente:
- Plazos y expectativas realistas: la integración total del chip puede demorarse meses, y los resultados no están garantizados.
- Riesgos clínicos: infección, cicatrices inestables y necesidad de retirada futura (en el caso de Arbaugh, dentro de cinco años).
- Plan B: asegúrate de contar con dispositivos alternativos de asistencia en caso de fallo, porque quedarte sin cursor ni ratón puede ser tan frustrante como la burocracia de la Seguridad Social.
En resumen, la ciencia avanza a pasos gigantes, pero tu cráneo no es un puerto USB plug-and-play. Infórmate bien, pregunta al equipo médico todos los “qué pasa si…” y, por supuesto, guarda tu ratón de siempre en un cajón por si toca volver a lo clásico.