Puede que en tu última visita a Cartagena solo pensaras en tomar un café frente al puerto, pero hubo un tiempo en que esa misma dársena se vio rodeada de cañones, banderas rojas y monedas recién acuñadas. En pleno siglo XIX, la ciudad murciana decidió romper con España durante 185 días y, para rizar el rizo, pidió su anexión a los Estados Unidos. La jugada sonaba a guion de película, pero fue tan real como las más de 1.000 bombas que cayeron a diario sobre sus calles.
Quizá no lo recuerdes porque el episodio duró menos que un curso escolar, pero los cartageneros llegaron a prohibir la enseñanza religiosa y a implantar la jornada laboral de ocho horas antes que nadie. Lo sorprendente es que todo empezó con una simple bandera ondeando en lo alto del castillo de San Julián, un 12 de julio de 1873. Y, sí, también hubo “duros” con sello propio: un detalle que haría sonreír a cualquier numismático.
¿Cómo empezó la rebelión cantonal?
Tras la abdicación de Amadeo I y la proclamación de la Primera República, el ambiente político español era un cóctel de entusiasmo y decepción. Cuando las prometidas reformas federales no llegaron, Cartagena decidió pasar de la teoría a la acción. El 12 de julio de 1873, la bandera roja subió al mástil del castillo de San Julián y la ciudad, con su ejército y su flota, se declaró independiente.
- 12 de julio de 1873: proclamación del Cantón.
- Septiembre de 1873: acuñación del “duro cantonal” con la inscripción «Cartagena sitiada por los centralistas» y «Revolución Cantonal, cinco pesetas».
- 12 de enero de 1874: capitulación tras 185 días de resistencia.
Aquel arranque revolucionario permitió a los vecinos elegir: sumarse al proyecto o marcharse sin represalias. Para algunos fue la “segunda gran alegría del año”; para otros, una idea descabellada con fecha de caducidad escrita.
¿Qué reformas se aplicaron dentro de la ciudad?
Lejos de quedarse en un gesto simbólico, el Cantón se puso manos a la obra con cambios que hoy calificaríamos de vanguardistas: En primer lugar, la enseñanza religiosa quedó fuera de las aulas; una novedad que removió conciencias y despertó críticas. Además, se derogó la pena de muerte y se reconoció el derecho al divorcio. Por si fuera poco, se instauró la jornada de ocho horas y se impulsó el derecho al trabajo, medidas que tardarían décadas en generalizarse fuera de la ciudad.
Posteriormente, los líderes cantonales lanzaron una reforma agraria: confiscaron tierras a la Iglesia y a familias nobiliarias, destinándolas a quienes “de verdad” las cultivaban. Para redondear la independencia, acuñaron su propia moneda de plata extraída de minas locales; todo un “sello” de autenticidad económica que, ironías de la vida, hoy valdría un dineral entre coleccionistas.
¿Por qué Cartagena intentó unirse a Estados Unidos?
Conscientes de que una república de bolsillo no sobreviviría sin padrinos poderosos, los dirigentes enviaron una solicitud formal a Washington. La idea era sencilla (o temeraria): convertirse en la primera “ciudad española” dentro de los EE. UU. Sin embargo, desde el otro lado del Atlántico no llegó respuesta alguna. El silencio fue atronador y, en Cartagena, empezó a cundir la sensación de que la fiesta se quedaba sin confeti. Mientras tanto, el gobierno central (cada vez menos republicano y más autoritario) veía peligrar un enclave estratégico imprescindible. Francisco Serrano tomó las riendas y ordenó el asedio por tierra y mar.
La ciudad soportó más de 1.000 proyectiles diarios. Tras casi seis meses, el 12 de enero de 1874, Cartagena capituló. El precio resultó desolador: miles de muertos, más de 300 edificios reducidos a escombros y solo 27 inmuebles intactos. En cuestión de horas, el sueño cantonal quedó sepultado bajo la artillería. Paradójicamente, aquella fue la única revuelta de la época capaz de resistir más allá de unos días. Las demás intentonas cantonales se apagaron casi tan rápido como comenzaron.
¿Qué queda hoy del sueño cantonal y por qué debería interesarte?
Entre 1987 y 1991, el Partido Cantonal revivió el espíritu rebelde al conseguir diez concejales y gobernar el Ayuntamiento. No obstante, su brillo se apagó: en las municipales de 2011 apenas obtuvo 367 votos y perdió toda representación. Entonces, ¿por qué te conviene recordar esta historia? Muy sencillo:
En primer lugar, visitar Cartagena cobra otro sentido cuando sabes que sus calles fueron escenario de una república exprés. Además, entender ese episodio ayuda a contextualizar debates actuales sobre autonomías y centralismo. Por último, la lección práctica es clara: sin un plan de respaldo, y sin un aliado que responda al teléfono, hasta la moneda propia puede convertirse en poco más que una curiosidad de museo.
Así que la próxima vez que pases por la ciudad, mira sus murallas con otros ojos: ahí late el eco de un lugar que, durante 185 días, se creyó estado soberano… y casi termina como la “Cartagena número uno” de América.