El puesto de trabajo más rechazado del mundo pese a tener un sueldo de 4.500 euros: nadie parece dispuesto a aceptarlo

Cuando alguien sueña con un sueldo de 4.500 euros al mes imagina viajes, hipoteca pagada y algún que otro capricho. Sin embargo, hay un trabajo en Reino Unido que ofrece exactamente esa cifra… y nadie quiere firmar el contrato. Puede que hayas oído la anécdota de Luis Aragonés y su “amigo japonés sexador de pollos”; lejos de ser una boutade, aquel oficio existe y está muy bien pagado.

El problema es que la nómina no compensa las exigencias del puesto, ni siquiera con un salario anual que supera los 55.000 euros. Entre tres años de formación y jornadas maratonianas, la cola de aspirantes se queda en nada. Así que, si pensabas que todo en la vida tiene precio, quizá este empleo te haga replanteártelo.

¿Por qué un sueldo de 4.500 euros no convence a los británicos?

Parece un chollo: 55.000 euros brutos al año por distinguir entre pollitos macho y hembra. Pero los reclutadores británicos, según The Times, se quejan de que no consiguen candidatos ni ofreciéndolo en letras bien grandes. ¿El motivo? La combinación de entrenamiento largo y ritmo de trabajo extremo disuade al más optimista.

De hecho, la tarea exige una precisión quirúrgica: un margen de error máximo del 2 % (ese “dos de cada mil” que presumía el Sabio de Hortaleza) y apenas cuatro segundos para decidir el sexo de cada polluelo. Sumemos turnos de hasta 12 horas mirando traseros emplumados y empezamos a entender por qué el talón no basta.

¿Qué hay que estudiar para ser sexador de pollos?

Aquí no valen los tutoriales exprés de internet. Las empresas piden tres años de formación reglada antes de dejarte tocar un pollito recién salido del cascarón. Durante ese periodo la persona aprende, básicamente, a identificar microdetalles anatómicos que el ojo corriente ni sospecha.

El esfuerzo no es menor: hablamos de ciento de miles de repeticiones hasta lograr la velocidad estándar del sector. Y, como admiten los propios directivos, la gente se retira mucho antes de vislumbrar el primer ingreso serio. La vocación brilla por su ausencia; el “lo hago por la pasta” tampoco aguanta tanto trote.

¿Cómo es el día a día en la granja?

Imagina una cinta transportadora interminable de polluelos piando, cada uno con cita previa ante tu lupa de experto. Dispones de cuatro segundos para observar, decidir y pasar al siguiente. Ni cafés largos ni paseos para estirar las piernas: la producción manda y cada distracción se traduce en pérdidas.

Además, cualquier error repercute directamente en la cadena alimentaria y en los futuros ingresos de la granja. Por eso las granjas británicas solo contratan a quienes mantienen la sentencia perfecta: “macho o hembra” con un 98 % de acierto. El nivel de presión es tal que más de uno acaba renunciando, a pesar de los ceros del contrato.

Consejos si aun así te pica la curiosidad

Antes de lanzarte a por el sueldazo, conviene hacer una pequeña autoevaluación. A continuación tienes los pasos esenciales para saber si podrías sobrevivir (y cobrar) en este oficio:

  • Paciencia infinita y vista de halcón: tolerar 12 horas de atención sostenida sin perder detalle.
  • Compromiso a largo plazo: tres años de prácticas sin salario de estrella.
  • Tolerancia al trabajo repetitivo: porque verás más culos de pollos que episodios de tu serie favorita.
  • Resistencia física y mental: la postura y la presión pasan factura a la semana uno.

Si superas este checklist sin pestañear, quizá merezca la pena presentarse a la entrevista. De lo contrario, mejor seguir soñando con los 4.500 euros desde la comodidad del sofá.

¿Merece la pena intentarlo?

En primera persona, cada aspirante tendrá que sopesar la balanza entre dinero y calidad de vida. La gran enseñanza aquí es que un salario goloso no siempre es sinónimo de felicidad laboral.

Quien esté dispuesto a invertir tres años de aprendizaje y a convivir con la cinta de pollitos puede asegurarse un ingreso estable y alto en pleno Reino Unido. Para el resto de los mortales, quizá baste con recordar la anécdota de Luis Aragonés y soltar una sonrisa… desde la distancia.

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