La próxima vez que eches un pellizco de sal al filete, piensa que tal vez venga de un lugar que lleva “cociendo” agua desde hace más de 7.000 años. En pleno corazón de Álava, las Salinas de Añana siguen transformando agua en oro blanco con la misma paciencia con la que esperas que se seque la ropa en invierno, solo que aquí el sol hace casi todo el trabajo.
Este valle, nacido de un antiguo mar de más de 200 millones de años, presume de ser la fábrica de sal más veterana del planeta. Tanto es así que sus plataformas (llamadas eras) se multiplican como toallas en la playa en agosto: ya van más de 5.000. Por si fuera poco, chefs de renombre mundial han decidido apadrinar el proyecto y darle el toque gourmet que merecen unos cristales con tanta historia. ¿Te pica la curiosidad? Sigue leyendo y descubre por qué este paisaje no necesita filtros de Instagram para impresionar.
¿Por qué las Salinas de Añana siguen dando guerra tras 7.000 años?
Parece un milagro, pero el secreto está en un fenómeno geológico llamado diapiro (una burbuja de sal que empuja hacia arriba capas de roca), algo así como cuando la mermelada asoma entre dos rebanadas de pan. Gracias a ese empujón subterráneo, los manantiales de Santa Engracia, La Hontana, El Pico y Fuentearriba brotan con un agua que contiene la friolera de 210 gramos de sal por litro.
Los romanos lo vieron claro y fundaron el cercano pueblo de Salionca para explotar este tesoro, un esfuerzo colectivo que continuó durante siglos con la construcción de terrazas y canales de madera, royos, que hoy suman más de 4 kilómetros. No es de extrañar que, en 2017, la FAO lo declarase Patrimonio Agrícola Mundial, el único paisaje europeo con semejante galardón.
Así se fabrica la sal: eras, sol y mucha paciencia
La producción se concentra entre mayo y septiembre, cuando el sol calienta lo suficiente para que la evaporación haga su magia. Cada era (de 12 a 20 m²) se agrupa en granjas gestionadas por un propietario que remueve el agua con mimo hasta que la sal asoma y se guarda antes de que llegue la primera nube indiscreta.
Con 248 almacenes listos para llenarse de cristales, el trabajo es casi coreográfico: agua que sube, sol que aprieta y sal que se acuesta a secar. Nada mal para un método que apenas necesita electricidad y que, además, autofinancia su restauración desde los años 90 gracias a la venta del propio producto.
Los números del renacer de un paisaje único
Los datos hablan por sí solos: el Valle Salado no solo sobrevive, sino que vuelve a brillar.
Dato clave | Cifra |
---|---|
Historia documentada | Más de 7.000 años |
Antigüedad del mar interior | Más de 200 millones de años |
Concentración de sal en el agua | 210 g/l |
Eras totales | Más de 5.000 |
Eras recuperadas desde los años 90 | Más de 2.000 |
Longitud de canales de madera | Más de 4 km |
Almacenes operativos | 248 |
Temporada de producción | Mayo‑septiembre |
Estas cifras demuestran que la Fundación Valle Salado va en serio: conservar, producir y atraer visitas sin hipotecar el paisaje. Y, de paso, recordarnos que la sostenibilidad también puede tener sabor.
¿Cómo puedes disfrutar del Valle Salado sin perderte nada?
Para los curiosos, hay recorridos guiados que desvelan la historia, la arquitectura y la biodiversidad del valle. Si visitas en primavera o verano, podrás remojar pies y manos en el Spa Salino al aire libre y comprobar en tus propias carnes (o en tus propios tobillos) los beneficios de un baño hipersalino.
Además, se organizan talleres de producción y catas para aprender a distinguir un cristal de Flor de Sal de un simple granillo de mesa. Y todo en un entorno donde la foto perfecta te espera a cada paso, sin necesidad de filtros (ni de pagar un peaje al algoritmo).
Llévate la sal perfecta a casa
Antes de marcharte, elige tu favorita según lo que tengas en mente para la cena:
- Flor de Sal: se recoge a mano antes de que se hunda; ideal para rematar carnes y pescados.
- Sal Líquida: perfecta para ensaladas; adereza sin sobresalarlas.
- Sal Mineral: la clásica de toda la vida; funciona en guisos y cocciones largas.
- Chuzo: bloque que se forma en los canales; se ralla sobre el plato y se disuelve en un suspiro.
Cada tipo concentra la esencia del valle, así que no te cortes: prueba, compara y presume de condimento con denominación de origen histórica. Compra tu entrada con antelación (especialmente en agosto) para evitar colas dignas de una oficina de trámites, lleva calzado cómodo (las pasarelas de madera pueden ser traicioneras) y no olvides agua; paradójicamente, aquí la sal abunda y la sed aprieta. Si vas en familia, reserva el taller matutino: los peques alucinan viendo cómo el sol “cocina” la sal y, de paso, saldrás con un botecito listo para coronar la tortilla de patatas del domingo.
En consecuencia, pocas experiencias combinan historia, paisaje y sabor como un paseo por las Salinas de Añana. ¿A qué esperas para comprobarlo por ti mismo?