Un chico de 17 años inventa un superdron asequible y de alto rendimiento, y ahora el ejército estadounidense financia su futuro académico

Todos hemos montado alguna vez un mueble que venía con más tornillos de la cuenta, pero pocos podemos presumir de haber ensamblado un dron desde cero sin perder la paciencia (o un destornillador por el camino). Cooper Taylor, con solo 17 años, ha ido bastante más lejos: se ha marcado un VTOL, ese aparato que despega y aterriza en vertical, fabricado con piezas impresas en 3D. El jovencísimo inventor no solo ha demostrado pulso firme con la soldadura, sino que ha logrado colarse en el radar del mismísimo Departamento de Defensa de Estados Unidos.

Y, por si fuera poco, lo ha hecho dejando el presupuesto tiritando… pero de alegría: su ‘superdrón’ cuesta una quinta parte de lo que valen los modelos comerciales comparables. Sobra decir que la hazaña le ha abierto más de una puerta (y varias carteras) en forma de becas. Así que sí, mientras tú y yo decidíamos qué pedir en la hamburguesería, Cooper ya estaba negociando con las altas esferas.

¿Qué hace especial a este “superdrón” casero?

En un mundo donde los drones comerciales se disparan en precio y complejidad, Taylor ha optado por la vía artesanal: impresora 3D, estaño y mucha paciencia. Gracias a ello, ha podido rediseñar cada pieza para mejorar la eficiencia, es decir, que vuele más tiempo gastando menos energía y, de paso, abaratar drásticamente los costes de producción.

Por otro lado, el joven se ha encargado de todo el proceso: impresión de componentes, programación del software de vuelo y soldadura de las placas de circuito. Ese control absoluto sobre el proyecto explica por qué ha conseguido ya seis prototipos funcionales antes siquiera de llegar a la mayoría de edad. No es de extrañar que instituciones y empresas empiecen a verle como «ese chico que hace barato lo que a nosotros nos sale por un ojo de la cara».

¿Cuánto cuesta y quién afloja la cartera?

De dinero también se vive, aunque sea en dólares contantes y sonantes, y aquí llega la parte jugosa: el invento de Cooper ha atraído un total de 23.000 dólares en becas que pintan muy bien en cualquier currículo.

  • 8.000 dólares: beca del Simposio Juvenil de Ciencias y Humanidades, financiado por el Departamento de Defensa de Estados Unidos.
  • 15.000 dólares: beca otorgada por la Marina estadounidense para apoyar la investigación y desarrollo del dron.
  • 6 prototipos funcionales entregados sin hipotecar la paga semanal.
  • 17 años de edad: margen de mejora y de ambición por delante.

Puede parecer mucho dinero, y lo es, pero si lo comparamos con los «varios miles» que cuesta cada dron comercial equivalente, la inversión sabe a ganga. De hecho, el propio Departamento de Defensa parece haber visto el chollo y se ha presentado en la puerta de Cooper con un cheque bajo el brazo, lo que da pistas de hacia dónde podría volar este proyecto en los próximos meses.

¿Qué podemos aprender los demás?

En primer lugar, que la tecnología ya no es un coto cerrado: con una impresora 3D doméstica y algo de perseverancia se pueden levantar proyectos antes reservados a laboratorios con bata. Por tanto, si tienes una idea rondando la cabeza (sea un dron, un robot o un invento aun sin nombre) empieza por prototipar en pequeño; las puertas grandes se abren después.

En segundo lugar, resulta clave moverse en circuitos académicos y ferias científicas. Cooper no solo mostró su dron: explicó sus cifras, sus mejoras y, sobre todo, el ahorro. Esa combinación entre datos concretos y demostración práctica es lo que ha seducido a los financiadores. Así que ya sabes: prepara bien tu proyecto, busca concursos y presenta números claros; quizá el próximo cheque, y la próxima llamada sorpresa, sea para ti.

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