Imagínate salir a labrar tu terreno una mañana cualquiera y que, en vez de las habituales piedras traicioneras, el arado te regale un destello dorado que lo cambia todo. No es una exageración ni una de esas historias infladas en redes; le ha ocurrido a un agricultor de Kentucky (Estados Unidos).
Bajo la capa de tierra arcillosa dormitaban, nada menos, que 700 monedas de oro de la Guerra Civil estadounidense. La colección ha sido tasada en unos rotundos 3.000.000 euros. Entre las piezas brilla como un faro el codiciado Double Eagle de 20 dólares acuñado en 1860. ¿Quién no habría pegado un brinco?
¿Qué joyas numismáticas salieron a la luz?
La primera en aparecer fue un Medio Dólar Liberty Séate de 1856. El granjero, que prefiere seguir en el anonimato, Hacienda ya estará frotándose las manos, cuenta que, en menos de una hora, localizó el resto del tesoro mientras las cuchillas del tractor levantaban terrones.
Poco después llegaron los hallazgos gordos:
- Un lote de 1, 10 y 20 dólares en perfecto estado de conservación, incluidas varias unidades del famoso Double Eagle de 1860 y un ejemplar de 1863, cuyo precio en subasta puede rozar los 4.000 euros cada uno.
Según el experto Jeff Garrett, encargado de valorar el conjunto, la calidad y la rareza de las piezas, explican que el precio final pueda dispararse más allá de esos tres millones.
¿Por qué estas monedas valen tanto?
En primer lugar, hablamos de oro con peso histórico. Cada pieza se acuñó durante la contienda que enfrentó a la Unión y la Confederación (1861-1865). Ese contexto bélico (sumado a la escasez de ejemplares sobrevivientes) multiplica la cotización. De hecho, un Double Eagle corriente ya es una pieza de museo; si le sumas la fecha de 1863, la rareza se dispara y con ella el precio.
Por otro lado, el misterio sobre quién enterró las monedas añade un plus de novela. Se especula con un propietario que quiso poner a salvo su fortuna o con saqueadores que nunca volvieron a por el botín. Sea como fuere, el valor numismático eclipsa con creces el contenido metálico: hablamos de historia pura.
¿Qué lío legal y fiscal puede acarrear el hallazgo?
El granjero ha decidido mantener su ubicación en secreto y, por ahora, no se plantea vender todo de golpe. La ley estadounidense permite la posesión, pero los trámites para subastar piezas así exigen papeleo del bueno: tasaciones oficiales, certificados de autenticidad y, cómo no, pasar por caja con los impuestos correspondientes.
Eso sí, su anonimato no durará eternamente si opta por la venta pública: las casas de subastas están obligadas a reflejar procedencia y valor, y el fisco no pierde de vista ni un céntimo.
Guía exprés: qué hacer si tropiezas con un tesoro similar
Antes de que sueñes con la pala y el detector de metales, toma nota. Primero, documenta el hallazgo con fotos y vídeo; será tu seguro frente a posibles reclamaciones. Segundo, ponlo en manos de un perito profesional para evitar malvender joyas históricas.
Tercero, consulta la normativa local: los tesoros arqueológicos pueden ser patrimonio protegido y conllevar permisos especiales. Finalmente, prepara la cartera para los impuestos; el oro brilla, pero el recaudador no perdona.