Ese momento en el que buscas un plan de fin de semana y todo te suena a más de lo mismo, ¿te resulta familiar? Quizá sueñes con viajar en el tiempo sin hacer colas eternas ni hipotecar media nómina. Pues abre bien los ojos: a 65 kilómetros de Valencia, en Anna, aguarda un palacete al que llaman, con todo el descaro del mundo, la Alhambra valenciana.
Suena a exageración, pero, ojo, la comparación no es gratuita: mosaicos, yeserías y patios que recuerdan (en miniatura) al gigante granadino. Además, hablamos de un edificio que arranca en 1244 y sigue dando titulares en 2025. En otras palabras, aquí tradición y selfie van de la mano… sin agobios de masas turísticas.
¿Dónde está y por qué la apodan “Alhambra valenciana”?
Quien llega a Anna, municipio enclavado en la Canal de Navarrés, se topa con el Castillo‑Palacio de los Condes de Cervellón casi por sorpresa. El mote granadino se lo ha ganado a pulso gracias a sus jardines y patios árabes, conservados con mimo pese a reformas y cambios de dueño. Pasear por esas estancias es como abrir una puerta secreta que conecta la Comunitat Valenciana con la Granada nazarí, pero en formato bolsillo y sin perderte entre legiones de turistas.
La comparación se hace más evidente cuando hueles el agua que corre entre surtidores y aljibes. De hecho, dos de ellos, datados en los siglos XII y XVII, te saludan nada más empezar la visita, recordándote que aquí los musulmanes domaron el riego y plantaron cítricos, hortalizas y el arroz que hoy reina en la mesa local.
Un viaje que arranca en 1244 y culmina en el siglo XVII
Todo empezó en 1244, cuando Jaume I entregó la villa de Anna a la Orden de Santiago. Cuatro siglos después, Felipe III concedió el condado a Fernando Pujades de Borja, y sobre los restos del castillo surgió el palacio que aún contemplamos. La obra se fue puliendo en el siglo XVII a base de artesanos marroquíes capaces de clonar artesonados de madera y yeserías como si el tiempo no hubiese pasado.
Más tarde llegaron restauraciones varias, una tras otra, como los retoques de una casa antigua, pero el alma árabe se mantuvo intacta. Incluso sobrevivió al terremoto de 1748, cuando los Condes de Cervellón abrieron puertas y corazones para cobijar a los vecinos. Como agradecimiento, el complejo sigue luciendo su apellido.
Patios, agua y un paseo con banda sonora de historia
La estructura se distribuye en un cuerpo principal, con la Alameda como sala de recibo, y tres sectores más: uno de ellos mira al este y se descuelga sobre el río Anna. Mientras avanzas, el murmullo del agua te acompaña igual que en la Alhambra original, pero con la ventaja de no necesitar guía para encontrar un hueco libre que fotografiar.
Cada rincón cuenta algo: desde las yeserías que imitan encajes de piedra hasta los mosaicos que parecen alfombras eternas. Todo ello sin perder de vista la huella de personajes ilustres como Isabel de Borja, hermana de quien acabaría siendo el papa Calixto III.
Cómo exprimir tu escapada sin perder detalle
Antes de que te lances a la aventura, apunta estos pasos rápidos para no dejar nada en el tintero:
- Comienza en los aljibes de los siglos XII y XVII: entenderás cómo se almacenaba el agua y por qué Anna debe tanto a su cultura de riego.
- Recréate en el Patio Árabe; admira sus yeserías y mosaicos reproducidos por artesanos marroquíes siguiendo técnicas del siglo XII.
- Asómate al sector oriental para contemplar el río Anna mientras imaginas la vida cortesana que, siglos atrás, llenaba de ecos esos muros.
- Remata la jornada en el Lago de Anna: una Albufera de interior que, junto al Gorgo de la Escalera, pone la foto final a tu álbum sin salir del municipio.
Y recuerda: una sola lista es suficiente para planificar tu ruta sin sentirte en clase de geografía.
Un plató de cine con estreno fechado en 2025
Por si faltaran motivos de visita, Alejandro Amenábar ha elegido el palacio como escenario de El Cautivo, cuyo estreno llegará en 2025. Así que, si te das prisa, podrás presumir de haber pisado el set antes de que la gran pantalla lo catapulte al estrellato.
Además, la película promete convertir estas estancias en icono pop, algo que sumará curiosos y, de paso, reactivará la economía local, sin que tengas que pagar suplemento por “escenario estrella”, tranquilo.
En definitiva, la Alhambra valenciana demuestra que no hace falta viajar cientos de kilómetros para mezclar historia, agua y azulejos de colores. Basta con poner rumbo a Anna, dejarse guiar por la curiosidad y, claro, reservar un hueco para la paella que el propio legado musulmán ayudó a sembrar en la zona. ¿Te animas a cruzar la puerta?