Todos hemos intentado conseguir alguna vez la foto ideal para presumir en redes, ¿verdad? Pues bien, esa búsqueda inofensiva está saliendo carísima a un diminuto marsupial australiano famoso por “sonreír” a la cámara. Hablamos del quokka, proclamado por Internet como “el animal más feliz del mundo”. Su popularidad, que parecía inocente, se ha convertido en un problema serio: turistas pegados a su cara, flashes por doquier y snacks humanos que le sientan fatal. Mientras tanto, los científicos aprietan el botón de alarma y las autoridades sacan la libreta de sanciones. Así que la próxima vez que pienses en tu feed de Instagram, quizá te lo replantees dos veces.
¿Quién es realmente el quokka y dónde vive?
Rottnest Island, frente a la costa occidental de Australia, no solo regala aguas turquesas: también alberga a esta pequeña celebridad de la fauna. Allí, y en menor medida en la isla de Bald y en el suroeste continental, campa a sus anchas el Setonix brachyurus, descubierto por el explorador Willem de Vlamingh en 1696. Aunque lo confundió con una rata gigante, el quokka es pariente cercano de canguros y ualabíes, pero bastante más fotogénico.
Antes de seguir, repasemos sus datos clave:
- Longitud corporal de 40‑60 cm, cola de hasta 30 cm y peso entre 2,5 y 5 kg.
- Pelaje marrón grisáceo y “sonrisa” permanente (pura anatomía, cero emociones).
- Herbívoro y principalmente nocturno; obtiene el agua de las plantas que ingiere.
- Vive en grupos liderados por un macho dominante.
- Emplea la diapausa embrionaria: si la cría no sobrevive, la madre reactiva otro embrión en pausa.
Con esa ficha técnica entenderás por qué fascina a cualquiera que se cruce con él al anochecer, móvil en mano.
¿Por qué la fama del #quokkaselfie le está pasando factura?
Todo empezó con la etiqueta #quokkaselfie y el refrendo de famosos como Chris Hemsworth o Shawn Mendes. Desde entonces, miles de visitantes se agachan, sonríen y… se acercan demasiado. El resultado: animales estresados, cambios en sus rutinas nocturnas y, en casos extremos, muertes por saturación humana. Y lo peor llega cuando alguien les ofrece pan o fruta procesada “para la foto”: desequilibrios nutricionales y más sed en un entorno donde cada gota cuenta.
No todo el peligro lleva palo de selfie. Gatos y zorros introducidos merodean por su territorio, la deforestación avanza y el ladrillo aprieta. Las autoridades han reaccionado: contacto directo prohibido, alimentación sancionada y campañas educativas a pie de muelle. Quien ignore las normas descubrirá que la multa también “sonríe”, pero a costa del bolsillo.
Cómo ayudar
¿Vas a pisar Rottnest Island próximamente? Perfecto, pero toma nota. Mantén siempre la distancia mínima señalizada, guarda la comida en la mochila y utiliza el zoom en vez de tu brazo. ¿Te apetece compartir la experiencia en redes? Hazlo mencionando la importancia de conservar la especie. De esta forma, la próxima persona que planifique su viaje quizá ponga primero el bienestar del quokka y después el “like”.
La famosa sonrisa del quokka no necesita más flashes; necesita respeto. Si queremos seguir viendo a este diminuto marsupial dando paseos nocturnos en 2040, toca aparcar la obsesión por la foto perfecta y adoptar un turismo responsable.