Dicen que el silencio de un barrio llega cuando bajan las persianas, pero en la calle Caramuel (Latina, Madrid) ocurre justo al revés. A las 20.00 h, cuando muchos vecinos ya piensan en la cena, la persiana gris del local de alimentación del número 42 sube como un telón. La función se alarga hasta bien entrada la madrugada y, de paso, pone banda sonora gratis (y bastante desafinada) a quienes solo quieren dormir.
Todo empezó hace cinco años y, desde entonces, el runrún se ha convertido en una rutina tan fija como el telediario de las tres. Quien busque tranquilidad no la encontrará en esta esquina pegada al viejo Aqualung, donde la modernidad vintage aún no ha hecho acto de presencia.
¿Por qué la fiesta improvisada se concentra precisamente aquí?
Cada noche, a partir de las 22.30 h, el dueño echa el cerrojo de la puerta y atiende al personal por la ventanilla, al más puro estilo “take away”. Media hora después, sobre las 23.00 h, comienza el peregrinaje: chavales que se sientan en la escalinata con latas frías, niños que corretean en patinete y madres que charlan en los bancos cercanos. El trasiego no cesa mientras el resto de la calle apaga luces.
Los precios explican la romería. A un euro la cerveza y a 1,25 euros el refresco, la cuenta no se resiente. Si alguien quiere cenar, un bocadillo o panini calentito no supera el euro. Resultado: con dos euros se cena y con cinco se estira la velada hasta que el cuerpo aguante. Imbatible para el bolsillo, desesperante para el vecindario.
¿Cuáles son las quejas exactas de los vecinos tras cinco años de ruido?
El colectivo vecinal (que prefiere el anonimato por miedo a represalias) asegura que la calle “se ha convertido en un estercolero”. Hablan de basura apilada, gritos que quiebran el sueño y hasta coches rayados o buzones destrozados. Entre los portales “la noche llega con carreras de patinetes y música a todo volumen”, lamentan.
Han enviado fotografías, vídeos y cartas al Ayuntamiento de Madrid y a la Junta de Distrito de Latina. La respuesta, dicen, siempre suena a disco rayado: disculpas, promesas y poco más. Mientras tanto, la impunidad se perpetúa y la paciencia se agota.
¿Qué contesta el Ayuntamiento… y por qué no convence a nadie?
Desde la Junta de Distrito admiten que las quejas “no son nuevas” y aseguran que la Policía Municipal “ha intensificado las vigilancias por las tardes y noches”. Además, explican que los Servicios Sociales median con los afectados porque “se trata de una población complicada de gestionar”.
Los vecinos replican que la mediación no basta. Piden inspecciones sobre licencias y horarios de apertura, pero la Junta los deriva a la Agencia de Actividades. Entre tanto trámite, las soluciones reales siguen en lista de espera y el barrio continúa sin pegar ojo.
Cómo proteger tu descanso si vives en una calle ruidosa
Antes de que el cansancio te pase factura, conviene actuar con método.
- Presenta una denuncia formal ante Policía Municipal cada vez que el ruido supere los límites legales; acumular partes da fuerza al expediente.
- Solicita por escrito a la Junta de Distrito mediciones sonoras nocturnas; sin decibelios sobre papel no hay sanción posible.
- Organiza una comunidad de afectados (portal o manzana) para unificar peticiones; la administración atiende antes a colectivos que a particulares sueltos.
- Adjunta pruebas: vídeos de móviles, fotos con fecha y hora, e incluso registros de llamadas al 092.
- Consulta a la Agencia de Actividades si el local dispone de licencia y horario compatibles; si no la exhibe, anótalo en la denuncia.
- Pide que las patrullas nocturnas incluyan inspección de residuos: la infracción por basura suele conllevar multa rápida y disuasoria.
Seguir estos pasos, sí, son un pelín burocráticos, ayuda a acelerar los plazos y, por consiguiente, a recuperar algo tan simple (y tan valioso) como el silencio a partir de las once de la noche.