Ana y Daniel, los hermanos que llevan 11 años juntos, tienen dos hijos y ahora luchan por poder casarse legalmente

Ana y Daniel comparten algo más que el apellido y las sobremesas familiares. Hace once años, cuando ella tenía 20 años y él 17, se mudaron juntos como simples compañeros de piso y, contra todo pronóstico, la chispa saltó donde solo debía haber fraternidad. Lo que empezó con la incómoda sensación de “esto no toca” terminó en un beso impulsivo que cambió su relación para siempre.

Hoy, convertidos en pareja estable y padres de dos hijos, insisten en que su historia es “de película”, aunque el metraje incluya reproches de amigos y algún que otro silencio incómodo en las reuniones familiares. Ahora afrontan el último gran reto: quieren pasar por el altar, pero la burocracia se interpone. Y ya sabemos que lidiar con papeles puede ser tan romántico como una cola del INEM en pleno agosto.

¿Cómo comenzó un amor que se saltó el guion familiar?

Ana admite que, al principio, Daniel le caía regular: la convivencia forzada y la edad no ayudaban. Sin embargo, cada salida al supermercado y cada serie compartida en el sofá fueron limando la etiqueta de “hermano” y colocando, casi sin querer, la de “pareja”. Daniel lo resume con un “fue un impulso” que terminó en beso, y desde entonces no hubo marcha atrás.

Once años después se han acostumbrado a explicar (con paciencia y bastante sentido del humor) que su conexión no nació de un flechazo infantil sino de la convivencia adulta. Su entorno, que al principio les lanzó todas las señales de alarma posibles, pasó de la estupefacción al respeto (o al menos, a la resignación) al ver que la relación se mantenía sólida, con dos niños como testigos de que aquello iba en serio.

Los retos legales: ¿por qué aún no pueden casarse?

Pedir hora en el registro civil suena fácil, pero para Ana y Daniel es misión (casi) imposible. La normativa actual no contempla matrimonios entre hermanos, y la sola palabra “incesto” provoca sudores fríos en cualquier ventanilla oficial. Aun así, la pareja no se da por vencida y planea recurrir cuantas instancias hagan falta, aunque el camino prometa más formularios que pétalos de rosa. Antes de recurrir a abogados y sellos, echa un vistazo a los principales escollos que enfrentan:

  • Su parentesco directo, que la ley no pasa por alto.
  • La presión social y familiar, siempre presta a recordarles “lo de la sangre”.
  • La falta de un trámite legal que admita excepciones a su caso particular.

Mientras tanto, sus dos hijos crecen ajenos a debates legales y recordatorios de que “papá y mamá son hermanos”; lo realmente urgente es que lleguen a tiempo al cole y hagan los deberes. La pareja, por su parte, confía en que la justicia (tarde o temprano) les permita sellar su compromiso con un “sí, quiero” oficial.

Consejos prácticos si te encuentras en una situación parecida

En primer lugar, habla claro con tu círculo cercano: un entorno informado es medio camino recorrido hacia el respeto. Posteriormente, busca asesoramiento jurídico especializado; las leyes cambian con menos rapidez que los sentimientos, y conviene conocer hasta la letra pequeña antes de iniciar cualquier procedimiento.

Por otro lado, recuerda que la crianza de los hijos (si los hay) siempre manda: mantener su bienestar emocional por encima de discusiones externas es el mejor argumento a tu favor. Por último, arma(te) de paciencia porque los trámites, ya lo sabes, no tienen prisa… y menos cuando el asunto descoloca a más de un funcionario.

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